Los tres cadáveres con heridas de bala encontrados en el resort han dejado de ser el tema de conversación principal entre los vecinos de Devil’s Lake. Los últimos acontecimientos acaparan el foco, y también toda la atención de las denostadas fuerzas de seguridad.

En primer lugar, el cadáver aparecido en la orilla del lago con el deshielo primaveral. Poca información sobre su identidad se ha filtrado desde la policía, hay quien dice que es porque no tienen ni idea de su identidad, pero opinólogos más pesimistas aventuran que la mantienen en secreto por una suerte de conspiración, de esas que tanto abundan en los corrillos de la plaza o el supermercado.

Pero es la muerte de Chris el que se ha convertido en el tema que llena las sobremesas, los chats de padres del colegio, las rueniones de amigas a la salida de misa y de amigos en el bar con sus cervezas. El niño de dos años desapareció en la venta benéfica de tartas, ante los ojos de medio pueblo sin que nadie viese aparentemente nada, solo para aparecer unas horas después degollado en la Iglesia católica. No existe un sospechoso, y los testigos han ofrecido versiones variadas a las que cada oyente y cada trasmisor ha añadido su toque. Ni la policía, ni el FBI, ni la unión de ambos está logrando resultados. Tampoco la confianza de unos vecinos que observan con pavor cómo su pueblo se está convirtiendo en el escenario recurrente de crímenes de sangre mientras el ayuntamiento llama a la calma.

Han regresado los malos augurios indígenas sobre la construcción del pueblo sobre un lugar sagrado, y la mala suerte perpetua que esto conlleva. Se alzan los conspiracionistas que intuyen que algo más grande está detrás de todas estas muertes. Y también se alza la voz de algún disidente que lo achaca a una mera anomalía estadística.

Pero como no hace más que declarar el comisario a los medios regionales: Estamos trabajando muy duro en ello, pero todavía no tenemos ninguna respuesta.